Por Guadalupe Fernández de la Cuesta de la Fundación Félix Rodríguez de la Fuente (@FundacionFRF)
En la sierra respiramos aires festivos por cada poro de nuestra piel. Las casas habitadas abren sus postigos a las calles donde los niños entretienen sus vacaciones con juegos a la intemperie y los jóvenes apandillados lucen su frescura y sus ganas de comerse el mundo. Una imponente carga de energía vital cabalga por entre las nubes hasta remotos despachos alfombrados de sombras alargadas.
Los pinares y campos, mudos y sombríos en el invierno, comparten su aliento con los incansables andarines y ambos evocan sus nombres y apelativos. La simbiosis con la tierra que amamos nos brinda una tibia esperanza por el futuro de nuestros pueblos cargados de vida autóctona en estos benditos veranos de temperaturas amables y cielos de cuento.
Nuestras gentes no navegan por la corriente de la rutina oteando sus márgenes sin otro quehacer que voltear una mirada indolente y perezosa por los excepcionales parajes que nos rodean, sino que, incansables, promueven múltiples iniciativas ingeniosas y de gran calado para apuntalar una población que, al menos, no eche el cerrojo definitivo a la vida de los pueblos envejecidos. En los pinares se van tejiendo paulatinamente oscuros entramados de abandono. Es la crisis económica, pienso mientras observo el monte tapizado de pinos tronchados, varas abatidas y laderas despanzurradas, materializado todo ello por los temporales del invierno y alguna tormenta veraniega. Algún día remitirá… Escucho el lamento de mis pasos que deambulan por caminos imposibles.
No hace tanto tiempo que los rumores de la sierra traían aires próximos y familiares: Se hacía limpieza de montes; subasta de leña; entresaca de varas… Entendemos el pinar como una prolongación de nuestro hogar y así lo cuidamos: Nunca se propagó un incendio de colosales dimensiones porque al fuego se le arranca todo su poder destructivo apenas se vislumbra una espiral de humo en el horizonte. Sin conflictos, todos a una, labrando cortafuegos con las herramientas que da la firme voluntad de apagar las llamas y no entregar ni un pino más al fuego. Somos sus dueños y ellos nuestros fieles servidores.
Será la crisis. Claro. ¿Y como se gestiona esta bendita crisis? Andan demasiado lejos de las zonas rurales los despachos del gobierno autonómico, las preocupaciones de los políticos, los entresijos burocráticos y las competencias arbitrarias.
Hace un par de años –cito un ejemplo- se declaró “Parque Natural de las Lagunas Glaciares de Neila” a todo su término municipal con las fotos mediáticas oportunas. Entre otros objetivos se enumera como una opción prioritaria la creación de puestos de trabajo en la localidad. Desde la otra punta del mapa de la provincia de Burgos acude cada día un equipo de personas que hacen trabajos en el monte cuando en el pueblo hay vecinos apuntados al paro. ¿Cuestión de competencias? ¿De imagen? Creo que, cada vez más, las decisiones dependen en mayor grado de la Junta sin contar con los Ayuntamientos y vecinos.
Llevo tiempo dando vueltas a una maldita premonición que se sustenta en todo el potencial económico que puede generar el desarrollo y comercialización de la “Biomasa”. Los mandamases de la Administración están viendo un gran negocio en los pinares cuando remita la crisis. De este negocio los habitantes y empresas autóctonas no verán nada. Lo ideal para los cuatro amigos de turno serían los municipios despoblados y sin resistencia. ¡Qué pesadilla!
Se oye el bullicio de la chiquillería en la calle. Me voy.
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