Por César-Javier Palacios de la Fundación Félix Rodríguez de la Fuente (@fundacionfrf)
Paseo hoy
por los huertos urbanos instalados por el Ayuntamiento de León en el margen
derecho del río Torío, los conocidos como Huertos
de la Candamia. Quedo
sorprendido, agradablemente sorprendido, por la recuperación de un paisaje
de huertas que en los últimos años había desaparecido en la mayoría de las
ciudades.
Recuerdo
perfectamente las de Burgos, ubicadas entre el río Vena y el cauce molinar
donde antaño estuvo la famosa fábrica de naipes de los hermanos Fournier, la primitiva central eléctrica de
El Porvenir, y donde en 1948 se produjo el comentado “crimen
de la Canal”. De la
noche a la mañana, esas huertas de la que entonces se conocía como avenida del
general Yagüe fueron sustituidas por compactos bloques de altas viviendas. Y
recuerdo perfectamente la impresión que sentí al ver a las excavadoras abrir
las zanjas para los cimientos. Destacaba perfectamente la espesa capa de
rica tierra vegetal acumulada durante siglos en estas tierras empezadas a
trabajar en el siglo XIV por esforzados moriscos, apoyada sobre estratos más
profundos de improductivo suelo de arcilla y guijarros. Tanto trabajo, tanto
abono y riego, tanto alimentar durante generaciones a los burgaleses, para
acabar enterradas bajo toneladas de hormigón.
Eso fue
hacia 1970, un tiempo en que lo urbano apisonaba y despreciaba con dureza lo
rural. Por suerte se ha reaccionado algo, al menos en cuanto a la
recuperación de las huertas. En León, como en la mayoría de estos nuevos
espacios agrarios, sus ocupantes son jubilados que quieren cultivar
frutas, verduras y plantas con una doble intención. Relajarse haciendo un
saludable ejercicio que les devuelve a sus orígenes rurales, pero también mejorar
su alimentación con unos productos tan sanos como baratos y sabrosos.
Estos
espacios reinstalados de nuevo en ciudades españolas como Madrid, Sevilla,
Zaragoza, León, Santander o Burgos son también importantes reductos de
biodiversidad productiva. Es verdad que muchas de las semillas y plantones
se compran en viveros, procediendo por tanto de variedades industriales
de alta producción y origen en algún laboratorio de mejora vegetal. Pero
también se producen variedades locales llegadas de los pueblos de estos
jubilados, quienes mejor que nadie saben apreciarlas. Que además, debido al
saludable espíritu comunal de estos lugares, se intercambian unos a otros.
Ayudan así,
inconscientemente, a conservar variedades únicas en peligro de extinción.
Y convierten estas huertas, además de en un paraíso para las aves y los
insectos, en un auténtico banco de semillas, germoplasma
de alta
variedad genética a proteger y disfrutar.
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