Llamamos contaminación lumínica al brillo y el efecto producido por la difusión de la luz artificial. Cuando existe una presencia excesiva o intrusiva de la luz artificial en horarios y espacios que no son necesarios. Como resultado, la oscuridad de la noche disminuye y desaparece progresivamente la luz de las estrellas y de los demás astros. Las neblinas y el cielo enrarecido potencian el efecto hasta el extremo de formarse una capa de color gris que adopta la forma de una nube luminosa sobre las ciudades. Otras veces al tomar una fotografía de la ciudad vemos que aparece anaranjada y esto se debe al efecto que se produce cuando la luz hace reflejo con los gases. La abundancia de partículas en suspensión aumenta la dispersión de la luz, de forma que, cuanto más contaminado está el aire de la ciudad, tanto más intenso es el fenómeno.
La causa principal es, sin ninguna duda, el uso en la red eléctrica pública de luminarias que no tienen pantallas correctamente diseñadas con la finalidad de enviar la luz allí donde se necesita, e impedir su dispersión hacia el cielo por encima del nivel del horizonte. La ausencia de horario de cierre de la iluminación de edificios de interés artístico implican también una contribución importante al aumento de la contaminación.
¿Que efectos produce?
a) Efectos sobre el consumo.
La contaminación lumínica repercute directamente sobre el consumo de energía eléctrica. Hay que tener en cuenta que, en una luminaria urbana, si se dibuja una línea vertical desde la bombilla hasta el suelo, sólo se aprovecha plenamente la luz que queda dentro del cono determinado por un ángulo de 70o a partir de la vertical. De los 70o hasta los 90o, es luz que más bien deslumbra y, de los 90o a los 180o, es luz absolutamente perdida. Como que la mayoría de ellas no tienen pantallas que recubran totalmente la bombilla, llevan refractores que dispersan la luz, en vez de concentrarla, y su inclinación no es paralela al nivel del horizonte, en el mejor de los casos, un 22% de la luz producida no se aprovecha plenamente. En el caso de un globo sin pantalla, la cantidad de energía desaprovechada supera el 50% del total que sale al exterior. Si, además, el cerramiento del globo es metacrilato tipo opal, el 50% de la luz producida por la bombilla no puede salir al exterior, con lo que el despilfarro energético es enorme, acercándose al 80% del total.
b) Efectos ecológicos.
La producción de energía eléctrica no es un proceso limpio desde el punto de vista ecológico. Las centrales nucleares generan residuos radiactivos que es preciso tratar y almacenar, y las centrales térmicas que consumen carbón o petróleo, emiten gases a la atmósfera que causan la lluvia ácida que destruye los bosques, y el CO2 (dióxido de carbono), que origina el calentamiento global del planeta (efecto invernadero). Esto sin tener en cuenta los peligros suplementarios que la utilización de estos combustibles comporta: contaminación del aire, mareas negras, riesgo de accidentes nucleares, etc. Ni que decir tiene que combatir estos efectos secundarios implica una inversión económica suplementaria que incrementa el valor del recibo de la luz.
El exceso de iluminación tiene también efectos negativos sobre los animales. Aunque se trata de un tema no demasiado estudiado, se sabe que la alteración de la oscuridad natural de la noche tiene efectos estresantes sobre ciertas especies, produce en algunos casos cambios de conducta imprevisibles y, en otros, puedecausar su muerte. Algunas especies de insectos se encuentran en franca regresión y un ave protegida de Canarias, la "pardela", se deslumbra y muere a causa de las instalaciones eléctricas con pantallas deficientes.
c) Efectos económicos. El consumo de energía desaprovechada implica, lógicamente, un gasto difícilmente justificable. Estamos pagando excesivamente cara la energía eléctrica porque malgastamos mucha. Pero también la pagamos cara porque, con el aumento del consumo, se incrementan los costes del tratamiento y almacenaje de residuos radiactivos y también los correspondientes a la lucha contra la lluvia ácida y la contaminación de la atmósfera. Asimismo, aquellos que, en el futuro, se derivarán de paliar los efectos ocasionados por el incremento del efecto invernadero, son incuantificables porque, de no remediarlo, serán catastróficos para los habitantes del planeta.
d) Efectos sobre la seguridad vial y ciudadana.
El exceso de iluminación y el deslumbramiento dificultan la visión de los conductores y suponen, por tanto, un aumento de la inseguridad vial. Por tanto, las luminarias que no recubran completamente la bombilla o bien tengan refractores que deslumbren y también los proyectores mal orientados, instalados cerca de las carreteras, representan factores de riesgo que hay que tener en cuenta. Las famosas "rotondas", plenamente iluminadas, que tienden a implantarse como solución más segura en los cruces, parece que no son tan seguras, según indican estudios realizados en Inglaterra: los accidentes son más frecuentes en aquellas que tienen un alto nivel de iluminación que en las que están moderadamente iluminadas. También, el uso excesivo de lámparas de Vapor de Mercurio en áreas urbanas no se traduce, como se piensa erróneamente, en un incremento de la seguridad ciudadana. Un alumbrado público con luminarias bien apantalladas y bombillas de Vapor de Sodio de Baja Presión, es el más seguro de los sistemas que se pueden utilizar actualmente. En un barrio de la ciudad de Nueva York se experimentó un descenso del índice de criminalidad cuando cambiaron las bombillas de Vapor de Mercurio por otras de Vapor de Sodio. Se apuntaba la posibilidad de que la luz de las primeras fuera más estresante y potenciara más la agresividad que la de las segundas.
¿Cómo combatir la contaminación lumínica?
A nivel individual, esto depende del grado de concienciación de cada ciudadano. Hay que procurar disminuir el gasto eléctrico en la vivienda utilizando electrodomésticos de bajo consumo y evitando tener encendidas las luces interiores y exteriores cuando no sean necesarias; es preciso utilizar lámparas de bajo consumo (fluorescentes compactas) y, en alumbrados de seguridad, de Vapor de Sodio de Baja Presión. Conviene, en general, evitar el criterio de que "cuanta más luz, mejor", ya que esto no implica ni mayor seguridad ni mayor visibilidad. A nivel colectivo, las iniciativas dependen de la voluntad de las distintas administraciones que tengan competencias en el área energética: central, autonómica y local. Conviene regular la contaminación lumínica dentro del marco general de una ley de protección de la atmósfera, de ámbito estatal o bien autonómico, y también poner en marcha políticas de apoyo y fomento de las energías alternativas.
El uso irresponsable de las distintas energías, que caracteriza el modo de vida usual de nuestra sociedad consumista, está teniendo ya consecuencias catastróficas para nuestra generación, que lo serán mucho más para las generaciones futuras. No tenemos ningún derecho a hacer pagar a nuestros hijos las consecuencias de nuestra falta de sentido común, entregándoles un planeta enfermo y contaminado.
Nuestros representantes políticos tienen la responsabilidad, en la medida de sus posibilidades, de poner en práctica las transformaciones necesarias que permitan ir reduciendo progresivamente los efectos negativos de nuestra actual forma de vida. Se trata ya no únicamente de un deber político, sino de una obligación ética. Caminando en esta dirección, es lógico que se encuentren con incomprensiones, reticencias y posiciones inmovilistas que esconden intereses económicos, en ocasiones, inmorales. Frente a todo ello, la única actitud posible es la pedagógica: explicar tantas veces como sea preciso lo que se pretende hacer, con la finalidad de convencer a los demás de que las transformaciones son necesarias cuando la racionalidad las impone.
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