Pero los condicionantes físicos no son los únicos que pueden hacer que sientas una comida más o menos sabrosa. El estado de ánimo también condiciona la percepción de la comida. Y para demostrártelo nada mejor que este ejemplo: imagínate en una fiesta, relajado y contento. Posiblemente valorarías la comida mucho mejor que si tomaras el mismo menú durante tu descanso laboral del mediodía, pensando en todo lo que tienes que hacer por la tarde y casi sin tiempo para saborear lo que comes. Las preocupaciones y el estrés provocan que no se tengan los sentidos puestos en la comida.
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