En educación existen dos puntos de vista extremos
con respecto al uso de la tecnología. Por una parte, están sus defensores a
ultranza, a quienes se ha dado en llamar evangelistas, y que recuerdan que una
integración óptima de la tecnología permitiría cambiar el paradigma de la
educación escolar, centrándolo mucho más en la actividad del alumno. Por otra
parte, también hay voces que sostienen que la tecnología no es ni más ni menos
que una fuente de entretenimiento que no hace más que distraer a los alumnos, y
a sus docentes, de lo sustancial: aprender cosas serias.
Curiosamente, ninguna de estas dos
perspectivas parece responder a las preguntas que un profesional de la docencia
generalmente se hace y que básicamente tienen que ver con la mejora de las prácticas
de enseñanza y aprendizaje, y de los resultados educativos. Por esta razón,
comienza a cobrar fuerza una nueva visión centrada en el realismo: ¿Servirán
estas soluciones a "docentes como yo", es decir, a profesionales que
ni pretenden ser paladines de la tecnología ni tampoco acérrimos protectores de
la pizarra, sino sencillamente buenos docentes?
A estas alturas no debería ser
necesario recordar las razones por las que cabría esperar que la tecnología
tuviera ya una mayor presencia en las aulas. Para empezar, las hay relacionadas
con los cambios en las demandas de los mercados laborales; de hecho, sabemos a
ciencia cierta que la mayor parte de los alumnos que hoy están en las aulas de
la ESO tendrán trabajos en los que la tecnología y el conocimiento tecnológico
serán capitales. En segundo lugar, está la cuestión de la brecha digital. Ahí
la escuela sigue siendo un bastión muy importante. En tercer lugar hay que
recordar una vez más el flaco favor que conceptos como el de nativos digitales
hacen a la educación al presuponer, erróneamente como se ha demostrado de forma
empírica en multitud de ocasiones, que por el mero hecho de ser diestros en el
manejo de determinados dispositivos, aplicaciones o servicios son automáticamente
maduros en términos de competencias requeridas y de valores y usos responsables
de la tecnología. ¿Dónde, si no es en la escuela, se puede aprender a manejar
responsablemente la información y a transformarla en conocimiento? ¿Dónde se
puede aprender a cooperar y a no plagiar?
En todo caso, es innegable que las
tecnologías digitales forman parte indisociable del paisaje escolar: el 93% de
los alumnos de 15 años de la OCDE asisten a una escuela en la que cuentan con
acceso a un ordenador y prácticamente el mismo porcentaje (92,6%) dispone
igualmente de acceso a Internet. España se encuentra, en este sentido,
ligeramente por debajo de la media (90%), pero ciertamente con una cifra nada
despreciable.
Pese a todo, cuando se examinan con
detalle los datos acerca de los usos escolares de la tecnología emerge una
imagen extremadamente compleja. Por una parte, el porcentaje de alumnos de 15 años
de edad en los países de la OCDE que usa como mínimo 60 minutos a la semana el
ordenador en el aula es siempre inferior al 4% en todos ellos y apenas alcanza
el 1,7% en el caso del área de matemáticas. Y son estos mismos alumnos los que,
en un 50%, utilizan prácticamente a diario la tecnología para realizar sus
tareas escolares... en casa. Por otra parte, más del 75% de los docentes
utiliza casi diariamente el ordenador para la preparación de sus clases o para
la realización de tareas administrativas, por no hablar de los usos privados,
cuando apenas se sirve de él en el aula.
De esta realidad tan compleja hay
quien hace lecturas extremadamente simplistas, ya sea para denigrar las
inversiones realizadas o, lisa y llanamente, para enviar un mensaje de
desconfianza hacia la escuela y los docentes, a quienes se les exige un
esfuerzo titánico de cambio de paradigma. Sin embargo, la complejidad de los
datos exige una buena dosis de realismo: lo que funciona en tecnología y
educación son aquellas soluciones que permiten llevar a cabo el trabajo escolar
de forma más eficiente. Esto explica por qué, por ejemplo, los alumnos utilizan
masivamente la tecnología para sus trabajos escolares, aunque siendo, como
muchos son, huérfanos digitales de cualquier tipo de influencia educativa sobre
esta materia, confundan eficiencia con plagio o prescindan de cualquier esfuerzo
de procesamiento crítico de la información -razón de más para insistir de nuevo
en la importancia de la escuela en este ámbito-.
Y esta misma búsqueda de la
eficiencia explica también por qué los docentes encuentran óptimas las
soluciones que la tecnología les ofrece para preparar sus clases o presentar
mejor los contenidos en el aula, pero no todavía para cambiar sus formas de
enseñanza. Muy probablemente las soluciones tecnológicas que se proponen no son
suficientemente convincentes para la gran mayoría de "docentes como
yo", probablemente porque el esfuerzo que exige su adopción no parece
suficientemente recompensado, ni por el sistema en forma de incentivos para la
carrera profesional, ni por los resultados obtenidos, ya que la forma y los
contenidos de lo que hoy se evalúa no se corresponden todavía con las
expectativas y las necesidades de la sociedad y de la economía del
conocimiento.
Los datos sobre la intensidad y la
variedad de los usos de la tecnología en el aula no transmiten la imagen que
tal vez cabría esperar de la escuela de la sociedad del conocimiento. El análisis
de las buenas prácticas en materia de tecnología y escuela muestra que uno de
los factores más importantes es el maridaje entre el compromiso profesional
docente, con un marco institucional favorable y un liderazgo escolar que le
apoye. Si realmente se desea que las buenas prácticas se generalicen, el
sistema escolar en su conjunto debe ser permeable a la innovación sistémica; es
decir, debe contar con herramientas que permitan examinar con realismo en qué
tareas o para qué problemas docentes pueden existir soluciones tecnológicas
apropiadas, que mejoren la eficiencia del trabajo escolar o, sencillamente, que
lo hagan aún más interesante.
Puede que la tan deseable revolución
en el paradigma de la educación escolar todavía tarde en llegar, pero la
escuela y muchos docentes, lo mismo que los alumnos, se están moviendo: han
depositado su confianza en unas soluciones tecnológicas que les permiten
trabajar de forma más eficiente. Y, en el caso docente, este trabajo consiste
hoy en buscar fórmulas que permitan que los alumnos aprendan más, mejor y,
probablemente, distinto.
Francesc Pedró es jefe de la
Oficina de Tecnologías de Información y la Comunicación de la Unesco.
Fuente: http://elpais.com
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